viernes, 30 de diciembre de 2011

¡Quemen al Año Nuevo!

Si a medida que pasa el tiempo las condiciones cada vez son peores; si la morbilidad, la mortandad, los índices de pobreza, violencia, maltrato, desempleo, aumentan; si a finales de cada año el número de quemados con pólvora, accidentes de tránsito, riñas callejeras no disminuyen; si se sabe que cada segundo, minuto, hora que pasa nos acerca más a un statu quo idéntico al anterior, un esquema social que no cambia, y si lo hace es para verse mucho más podrido. Siendo consciente que solución sólo hay una, pero no es ninguna de la que nos ofrecen aquellos hipócritas y mitómanos de la élite. Si cada año que viene, éste es bienvenido y recibido con una ingenua sonrisa, pero que en lo imaginario titubea;  con unos brazos abiertos, pero que en lo abstracto se ven lánguidos y cansados; si ese año es esperado con sentimiento de esperanza, pero que verdaderamente es un sentimiento de resignación, fusionado con la costumbre a lo paupérrimo. Entonces ¿por qué?

¿Por qué vemos con ojos alegres la incineración de ese cuerpo inerte, que nunca dejó de serlo? ¿Por qué esperamos con un desdén rimbombante a que se consuma hasta el final ese ente muerto? ¿Por qué se quema? 

Sin saberse y percatarse, hay una masiva huida de aquél año que tantas desgracias trajo. Rechazamos la verdad y la cruda realidad del pasado, de la mejor manera que el ser humano lo hace, destruyéndolas. Que el recibimiento de ese año nuevo no sea con gozo, que sea con odio; que haya entendimiento de lo que le espera a los terrícolas no es nada bueno; que no se engañe la humanidad y que deseche esos pensamientos infantiles y banales de un "mejor mañana" en este mundo. Que el año nuevo no se llene de abrazos sino de brasas, y que ese año viejo se conserve intacto, que sirva de recuerdo fuerte de lo que fue, es y será nuestra existencia.

Para que cuando camine un 31 de Diciembre, los estruendos y estallidos lleguen retumbando mi cabeza, diciéndome que es el Año Nuevo, y no el Viejo, el que está pereciendo.